viernes, 5 de agosto de 2011

EL PODER DE LAS ETIQUETAS



     El diccionario de la Lengua Española define etiqueta en estos términos:

-         Trozo de papel, plástico u otro material que se pega o sujeta sobre una cosa para indicar lo que es, su contenido u otra indicación.
-         Calificación que se da a una persona y que la identifica con una profesión, ideología, actitud u otra cosa semejante.

     Todo lo que nos rodea viene dado con una etiqueta. Todos tenemos, conocemos o podemos acceder a las características definitorias de objetos, instituciones y personas sin necesidad de entrar en contacto con ellos gracias a las etiquetas: Ingredientes de alimentos, materiales que componen la ropa, valores y pensamientos de instituciones, estereotipos de personas, etc.

     Todo ello nos permite valorar y hacernos una idea global de lo que vamos a adquirir o a lo que vamos a pertenecer, dándole un alto nivel de confianza y seguridad.

     No se nos ocurre pensar que donde pone lana 100%, contiene vitaminas A, D y E, pueda ser falso.

     Una vez conocemos o tenemos la información actuamos en consecuencia y según nuestras necesidades o criterios. Compraremos, o no, un alimento rico en grasa, adquiriremos, o no, una prenda de lana.

     Esto mismo sucede con los estereotipos, que son modelos establecidos y aceptados de conducta. Pero cuando hablamos de personas la situación es más compleja, y mucho más cuando hablamos de niñ@s y está en juego su futuro.

     Cada vez hay más niñ@s “etiquetados” con síndromes o patologías nuevas o viejas, más o menos espectaculares, que son como una tarjeta de presentación, un documento nacional de identidad, un logotipo que los identifica y los define con la posterior respuesta y consecuencia del entorno.

     Parece que necesitamos las etiquetas porque nos dan la sensación de control y mayor dominio sobre las situaciones, ya que alivian la incertidumbre que nos produce la falta de información.

     Cuando nos encontramos ante una de estas etiquetas se despliega ante nosotros una gran cantidad de parámetros que marcan todas las características propias de la enfermedad en concreto. Desde aspectos físicos, biológicos, psicológicos y de conducta. Y es entonces cuando entra en juego la justificación de todo lo que pasa, hace y es el niñ@. Así como su posterior repercusión, que se puede simplificar en un desarrollo y un ser inferior a lo que podría llegar a ser.

     Básicamente el peligro de las etiquetas radica en su incorrecta utilización, ya que tienen un gran poder para limitar y acotar el posible desarrollo de los niños. Porque desde el punto de vista social las “etiquetas” corresponden a los signos de identificación y a los sentimientos de identidad: Ejemplo: SER diabético o SER enfermera.


Cuando no había necesidad de etiquetar las cosas funcionaban de diferente manera.
Recuerdo a compañeras de colegio a las que etiquetábamos como “raritas” o “tontitas”, pero que académicamente se les exigía como al resto, tenían que competir como todas por ocupar un puesto en la clase, pertenecer a un grupo de amigos y aguantar la presión que les suponía ser consideradas “diferentes” por los demás.

Seguro que estas mismas niñas en la actualidad encajarían dentro de algún diagnóstico, con una gran “etiqueta” que probablemente les hubiera impedido ser lo que hoy son, personas socialmente independientes.

Hace 30 años muy pocos apostaban porque los niñ@s con Trisomia en el par 21 (Síndrome de Down) pudieran leer, escribir y ser personas socialmente válidas. Hoy ya no se cuestiona, pero al igual que se hizo con esta enfermedad se sigue haciendo con muchos síndromes y patologías cuyas características limitan en exceso la consecución de un desarrollo óptimo.


Yolanda Verdú
Psicóloga


No hay comentarios:

Publicar un comentario